Revista Contante y Soñante 9

miércoles, julio 21, 2010

EL ÉXITO DEL HUMOR FÁCIL Y OTROS ESPEJISMOS

Como colombianos infortunadamente nos es común presenciar tratos, historias y hechos que para personas de otras latitudes parecerían atroces e inhumanos, y de hecho, lo son. El tiempo y la costumbre nos han inyectado una letal e indolora dosis de anestesia que ha bloqueado nuestros sentimientos, dado que de lo contrario hace rato hubiéramos muerto, sino alcanzados por una bala, de dolor por ver correr tanta sangre de nuestros hermanos. Frente a ello los medios de comunicación entran a alimentar aquel sentimiento con imágenes frescas (todavía sin coagular) de las atrocidades de esta guerra que –desde hace tiempo– tiene extraviados sus ideales revolucionarios y se fue detrás de la ambiciosa senda del dinero en polvo.

Saturados por tanta barbarie, los colombianos hemos tenido que buscar salidas para hacerle el quite al sufrimiento y disfrutar de momentos en los que el optimismo germine. Entre aquellas salidas, las más comunes son el fútbol, las telenovelas y realities, la rumba y el humor.
Éste último es uno de los más aceptados por los colombianos como instrumento para cambiar lágrimas por sonrisas y desterrar a la tristeza, quitándole espacios dónde brotar.

Conociendo esto, varios artistas han encontrado en el humor una estrategia de grata aceptación entre el público y han comprobado que al más mínimo asomo de éste la audiencia se muestra presta a sacarle el mayor de los provechos. Al respecto de la utilización del humor en las artes podríamos mencionar que hay quienes lo crean a conciencia fundamentados en una observación juiciosa del entorno. Luego mezclan esta base construyendo una conexión firme para llegarle al público y obtienen un plato final que le da a éste tanto la diversión que buscan como una muestra de una buena pieza de arte con estética y argumento. Por el otro lado –una carretera con más carriles– encontramos a los autoproclamados humoristas que recopilan los chistes de las últimas tres generaciones, escogen al azar un atuendo entre arquetípico, ridículo y exagerado, y armados de una muletilla salida de un sombrero se lanzan a la titánica labor de generar carcajadas al por mayor en la audiencia, sin importar los efectos que de dicho “producto” (porque así lo conciben) se deriven.

La Stand Up Comedy (S.U.C.), este género propio de países de habla inglesa, extrae su material desde la observación juiciosa y lo hila a través de la conversación para generar –como resultado de la reflexión del público– una risa que, como dice el cuentero y humorista bogotano Gonzalo Valderrama, “a diferencia de la causada por el chiste, es dialéctica, no efectista”[1]. Valderrama, en su juicioso artículo nos muestra la diferencia fundamental entre este tipo de chistes a la latinoamericana y la comedia generada desde la S.U.C. Nuestro chiste es, según este comediante rolo, una micro-narración en la que quien la emite corrobora, “ante la complicidad del receptor, una idea prejuiciosa sobre algún ente convenido que ambos desdeñan, rechazan o identifican como distinto. (…) No se hace daño con un chiste; pero se ratifica una convención tácita: el pastuso es bruto, el negro es inferior, la mujer es sumisa, el niño es ingenuo, las monjas quieren sexo.” En Colombia estamos presenciando una oleada de sujetos que a duras penas logran una “estándar cómedi” que se presenta tan nociva para la influencia en el público como lo es la producción masiva y de baja calidad de textiles chinos para la industria de modas del país.

El público, como lo mencioné en líneas anteriores, busca ese reconfortante escape de la nefasta realidad nacional en el humor. Al encontrarlo lo seduce tanto éste que a menudo no evalúa su calidad antes de dejarlo entrar –junto con sus prejuicios intolerantes– en su vida. A manera de ejemplo, he observado con impotencia entre finales del año pasado e inicios de éste un fenómeno que se ha venido esparciendo por la ciudad. Llamémoslo “paspicismo”. Es una suerte de degeneración del lenguaje y del buen gusto gracias a la influencia en la gente del trabajo del personaje Suso ‘El Paspi’, actual superestrella de la televisión local. Digo ‘con impotencia’ pues poco puedo hacer –como artista escénico– para hacerle notar a la gente la desnutrida calidad del material que este personaje propaga sobre el público, que inocente en su búsqueda de un rato de esparcimiento, lo recibe sin reparo.

Las consecuencias de un show tan liviano y poco sorpresivo, basado en clichés reciclados y lugares comunes, nos vienen a explotar por acá por los lados de las artes escénicas como el teatro y la cuentería, para las que gran porcentaje del público viene buscando últimamente –como requisito esencial– el humor. Comentarios como “…pero ¿sí es charro?” o “…y ¿uno sí se ríe?” se han vuelto más frecuentes de lo habitual a la hora de escoger qué ver. En consecuencia, las obras que, luego de una búsqueda interna y visceral, dan con la –actual– desgracia de abordar un tema alejado del humor se ven marginadas al rótulo de aburridas. Ante este postulado los artistas escénicos nos preguntaríamos si le cocinamos al niño malcriado una gran cantidad de dulcecitos baratos que a la larga no le alimenten, pero lo entretengan; o si mejor empleamos ingredientes más selectos en nuestra cocina y preparamos un jugoso platillo que aparte de nutritivo no se quede sólo en lo dulce, sino que lo deje degustar también el sabor agridulce, el salado o el amargo, presentes todos en la vida.

Como reflexión final –y sin su permiso– haré una analogía a lo dicho empleando una frase pronunciada en medio de una tertulia cuenteril por el narrador y músico paisa Mauricio Franco, integrante del grupo de improvisación escénica Morenito Inc. El debate sobre lo preocupante del éxito (entiéndase por éxito ventas o número de seguidores) de ciertos artistas mediocres y a la larga perjudiciales fue cerrado por Mauro Franco sabiamente con esta dichosa frase: “…por más chunchurria que venda el señor que se para los domingos en El Estadio y por más clientela que tenga, nunca llegará a ser considerado un chef.”



[1] VALDERRAMA, Gonzalo. “¿DAÑA LA JACARANDA A LA PALABRA NARRADA? (¡ja ja ja!... ¡para nada!)”. Artículo publicado en la revista CONTANTE Y SOÑANTE #16, noviembre 2009, pags. 14-25. Editada por VIVAPALABRA, Medellín.