Revista Contante y Soñante 9

viernes, octubre 13, 2006

UNA NIÑA SALIDA DE UN CUENTO


Juliana es una niña que vive en el barrio Bolívar, hacia el centro de la ciudad, ayer estaba vestida con una blusita rosa que resaltaba más sus labios salpicados de Fresco Royal, aunque aún no lo hubieran repartido.

En "El Hogar de la Jóven", un sitio en Armenia donde unos niños de estratos bajos van luego -o antes- de estudiar, todos se sientan en el comedor (sin los codos en la mesa) a comer el plátano asado con mantequilla que preparan las cocineras y del cual probaron muy a gusto Raúl España, de Cali y Juan Camilo Hoyos y Mauricio Patiño, de Medellín, cuenteros los tres. Lo tomaron con la mano, sin servilleta, mientras tanto los niños recreaban en sus mentes los cuentos que les habían relatado hace unos diez minutos y veían cómo en sus pocillos el líquido tomaba forma de vaca, de mono o de cerdito, y en sus labios se podían adivinar las palabras "...había una vez un..." que harán que más tarde el recuerdo de los cuenteros que fueron a llenarles la tarde de fantasías y tonadas se quede más fijo sus mentes que las manchitas oscuras de polvo dejadas por sus juegos en su cuerpo.

La función empezó con el cuento "Juan Bobo", de Camilo Hoyos; los niños dejaron que apagaran el televisor en el que estaban viendo una película y, a la par, todos se voltearon hacia el cuentero que había empezado su cuento preguntando los personaje típicos de los pueblos, entre los que se encuentra por supuesto, su bobo que ni vendía, ni fiaba sus cerditos, "pero a usted -la princesa-, se lo regalo".

Raúl continuó con dos cuentos acerca de ladrones inexpertos y monos que vienen en cajas por montones. Los niños pedían otro al terminar de cada cuento.

Luego, Mauricio P. los envolvió con su guitarra y un cuento que habla de una Granja en medio de la ciudad con ovejas que usan suéteres de lana, vacas con brasiers multi-ubres y grillos serenateros. Después, "El cuento de Verónica", que habla de una niña violinista, de cabello negro liso, blusita rosa, labios como rosados por el Fresco Royal y una mirada fija hacia la cámara, así como Juliana, la que estaba ahí, en medio de los niños, en medio de los cuentos.

La función acabó, los niños aplaudieron con sus pequeñas manos y a pesar del tamaño la "comida de los artistas" alcanzó para llenar de agradecimiento y conmoción a estos tres narradores que encontraban una vez más la magia de los cuentos cuando son narrados para niños.

Juliana se dirigió al comedor como todos los niños, se comió su plátano asado sin poner los codos en la mesa y se fue a lavar el platico de plástico y el pocillo que lo acompañaba, lavó las figuras de las vacas, los monos y los cerditos. Los lavó de su pocillo, pero no de sus recuerdos. Ella se quedó al igual que sus compañeros, pero los cuenteros, partieron.

En una institución que alberga niños de escasos recursos mientras no están en la escuela para brindarles educación y cariño extra hay una niña que para un contador de historias de 21 años, es como salida de uno de sus cuentos.



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